RESUMEN: En las últimas décadas, la visibilidad de las agresiones sexuales y la violencia de género ha aumentado de manera significativa. Este crecimiento, aunque desigual en los diferentes puntos del planeta, ha sido especialmente notorio para aquellos casos en que las víctimas son mujeres cisgénero⁠ adultas. Por el contrario, la visibilidad de las agresiones sexuales en la infancia sigue siendo escasa. Pese a que los indicios estadísticos apuntan que en España entre el 10% y el 20% de las menores sufre algún tipo de agresión sexual, esto es: una de cada cinco personas es víctima de agresiones sexuales antes de alcanzar la edad adulta, la mayor parte de la sociedad sigue mirando hacia otro lado. ¿A qué se debe esta disparidad en la presencia pública del daño sexual en función del grupo que lo padece? Las razones que pueden explicar esta divergencia son de índole muy diversa. Mi presentación se propone, en primer lugar, discernir aquellas razones de carácter epistémico que refuerzan el gesto de apartar la vista ante situaciones de daño sexual en la infancia y que, en consecuencia, inciden de manera directa en la discrepancia señalada. En segundo lugar, analizar si estos elementos epistémicos que enmascaran la presencia del daño sexual en la infancia constituyen algún tipo de injusticia epistémica. De la respuesta afirmativa a esta segunda cuestión surgirá, por último, la tesis de que es necesaria una epistemología de la infancia que ponga de relieve aspectos fundamentales del daño sexual que ciertos modos de percepción adultos enmascaran.

RESUMEN: Esta propuesta parte del concepto de «autopoiesis» vinculado con la noción de «performatividad», entendiendo así que la construcción o constitución de aquello que llamamos «yo», «identidad», «sí mismo» o «sujeto» es el resultado de actos y de enunciaciones performativas. Con la intención de subvertir este planteamiento inicial, de deshacer el camino andado, surge una pregunta: ¿es posible performar la disolución del sí mismo? Butoh es el arte de liberar las sujeciones que nos oprimen, atravesando los sueños que emergen entre los cuerpos, habitantes de mundos compartidos.